Colonia de Sacramento

Un día crucé el río.
La otra orilla era, también, mi orilla.

Mariquita sale chillando de su habitación. Grita sus caprichos pero los mayores no le entienden tanta queja entreverada. Cada vez que le sucede se refugia en la levita de don Rafael, porque su abuelo le aquieta los gritos. Don Rafael la escucha, cómo no, si es ella.

Mariquita.

Que le dice, no la oigo pero lo sé, que yo me he puesto sus encajes, que me ando pavoneando con su abanico. Que me encontró en su habitación y que me quiso arrancar las motas pero yo le mordí.

El blanquísimo brazo.

Le muestra mis marcas y me sonrío debajo del abanico. Claro que Mariquita no entiende por qué don Rafael, que la adora, no corre a castigarme. Ni siquiera a encerrarme en la piecita. Ni siquiera a mirarme con los ojos duros de quien manda en esta casa. Porque aquí el padre apenas si viene y la abuela apenas si murmulla. Pero él.

Ay, don Rafael. Usté sabe que yo sé. Bien mirado el asunto es así: yo podría ser Mariquita pero soy su noche. Ella y yo catorce años vividos en la casona de la Colonia, casi sin salir del fuerte. Yo con muchos soles en las piedras de la orilla, quemada sobre negro blanqueando sus enaguas. Juro que he visto Buenos Aires mientras lavaba sus faldas.

Yo Sacramento, como la colonia. Ella Mariquita, manos que no hacen nada. Hijas de una casa que nos vio nacer al mismo tiempo, un verano incómodo para la familia. Don Rafael sabía, su señora esposa sabía, su señora nuera, que Dios la tenga en su gloria, también sabía. Quién no lo sabía hace catorce años. A don Rafael le nacía una nieta en la Nochebuena y una hija en la Navidad.

En la habitación que da a la calle, la nieta. En la trastienda de la casona, la hija. Del vientre de Juramento, de la piel tirante que don Rafael buscaba perdido de aburrimiento en las siestas sin guerra. Él no lo sabe, pero sospecha, que Juramento se lo ha contado a su niña.

Usté sospeche, don Rafael,
que va por buen camino.
Déjeme que le use los vestidos a la Mariquita,
eso casi no es daño.
Deje que me ría detrás del abanico
Mariquita lo hará bailar
cuando ande mujereando.
Yo apenas esto. Sin miedo de usté.
Que sabe que soy lo que no puedo ser.
Lo que apenas me alcanza para menos golpes. Para algún permiso.
Ya habrá tiempo para el otro miedo, ay el otro, que vendrá con los años.
Cuando nadie respete sus caprichos de viejo que se ablanda por una hija con motas.
Cuando usté ya no esté, don Rafael.
Cuando Mariquita aún no sepa
ni le importe saber.
Y yo. Y yo sea.
Una natural de la morenada de la Colonia del Sacramento junto al río.
La que jura haber visto Buenos Aires.
Haber sido la hija del señor.
Para el insulto y la risa
de una ronda de negras que callan
y lavan en la orilla.

Colonia de Sacramento, 1989.

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