La infancia en el banquillo: el caso Brian

En el mes de octubre del año 2008 ocurrió en San Isidro el homicidio del ingeniero Ricardo Barrenechea. Brian tenía 16 años y una larga historia de marginación social. Vivía junto a su mamá y sus cinco hermanos en la villa Puerta de Hierro de la localidad de La Matanza. Era alumno en la ESB Nº 141. Fanático de Boca, jugaba de 10 en la canchita del Güemes Juniors de Ciudad Evita.

Barrenechea estaba junto a su familia en su casa de San Isidro, cuando a la mañana del 21 de octubre lo sorprendió la muerte.

Confusión. Dolor y pedido de justicia. Llantos de impotencia. Marchas que reclamaron justicia.

Al poco tiempo del lamentable hecho -el 14 de noviembre-, Brian fue detenido bajo sospecha de haber participado en el asesinato del ingeniero.

Cuando el adolescente fue aprehendido por la policía sus familiares más cercanos, vecinos y maestros salieron a defenderlo. Para Nelly, una de las maestras de la escuela a la que asistía el menor, Brian es inteligente, capaz y confiable. Y así lo dio a conocer a través de una carta que se encargó de difundir entre los medios periodísticos en busca de justicia y libertad para el chico.

 



Fue en esa carta que se afirmó que la justicia presionada por los medios de comunicación, resolvió el caso encontrando "a un asesino", y no "al asesino" de Barrenechea.


Finalmente, el juez de San Isidro procesó a Brian y ordenó su encierro en el Centro de Recepción de la localidad de Pablo Nogués.

Según su mamá, el adolescente era muy buen alumno y tenía proyectos para su futuro: “de chico, quería ser médico, pero últimamente decía que iba a ser policía. Quería estudiar en la Escuela de Oficiales Ramón Falcón de la Federal. Pero después de la paliza que le dieron debe haber cambiado de idea". Así graficaba el llamado telefónico que había recibido de su hijo, poco tiempo después de haber ingresado al Centro de Recepción de Menores Pablo Nogués: “mamá, los policías me recagaron a trompadas, yo no hice nada".

Encierro. Aislamiento. El mismo final para muchas historias parecidas. En la Villa Puerta de Hierro la cumbia sigue sonando. En el potrero, los chicos siguen jugando. Pero un pibe, como tantos otros, ha sido estigmatizado.
Dos familias esperan que se haga justicia.