Soldado

En las primeras batallas,
en las que sobrevienen
y en la definitiva.
El enemigo es siempre el mismo.

El Ejército Rojo se prepara, Pedro. Los fusiles de asalto y los tanques están listos. Han dejado atrás las murallas del Kremlin, han cruzado la plaza Roja y vienen, armados de vituallas y viejas canciones. «Difícil es llegar hasta ti, y la muerte está a cuatro pasos» cantaban entonces y cantan ahora para no rendirse al sueño y al presagio de los cuervos.

Los carros de asalto y los submarinos. Los batallones de marineros y aviadores. Ya vienen. Verás a los veteranos apretar contra su pecho los fusiles Kaláshnikov, desfilarán el misil hipersónico y el de propulsión nuclear. Ya vienen, están cerca.

Los francotiradores están apostados en las esquinas del Hospital Español. Asomate a la ventana, Pedro, verás el destello de sus miras telescópicas. Desde aquella terraza, apuntan a tus verdugos. Vienen a liberarte. Ya vienen.

Tomarán la guardia, requisarán estetoscopios y pinzas quirúrgicas, gemidos y heridas menores, secuestrarán las rutinas de la ciudad estado. Avanzarán por los pasillos, subirán las escaleras, tomarán los tres pisos. Está todo previsto: en unas horas reducirán a médicos y enfermos, cortarán la luz y los teléfonos.

Llegarán, claro que llegarán. Desconectarán los electrodos y los sueros, los cables que cronometran tu sístole y tu diástole. El Ejército te camuflará entre las sábanas y nadie lo notará. Serás un fantasma cruzando los pasillos. Traerán cigarrillos escondidos en su uniforme, cómo podrían olvidarse, les he encargado cientos de ellos.

Dicen que al frente del ejército viene Vladimir. Dicen que pidió sus medallas y su mejor uniforme. Hablemos bajito, Pedro, que ellos no se enteren. Ya le avisé que la Unidad Coronaria está tomada por la CIA. Ya le dije que patrullan tus sueños y respiraciones. Ya vienen, Pedro, a liberarte. De los desfibriladores y los catéteres, del monitor, del oxígeno y su máscara, del conteo impúdico de tus pulsaciones.

Ya se acercan, Pedro, a acariciar tu tráquea herida, tu laringe sin voz, tus válvulas cansadas, a afeitar tu barba, a limpiar sin muecas tus secreciones. Te llevarán a la tarde de sol en la que conociste a Vera, al puente de la Génova, al río y sus flores de petróleo. Los barriletes que remontaste cada tarde esperan en el aire de Berisso, temblando.

Todo está previsto. El mantel sobre la arena, el acordeón de Petia, el arte mayor de los hijos de Rusia. Los barcos bajarán sus escotillas, quién puede dudarlo. Vendrán el poeta y el novelista, el Che será de la partida. El comandante recuerda la hoz y el martillo en el paredón de la Hilandería, aquella madrugada. Nadie dibuja la revolución como él, dijo cuando ordenó tu rescate. Será una celebración con honores, no le huyas a esa sobremesa.

En la hora de la siesta, comenzarán las controversias. Alguien recordará tus días oscuros. No te preocupes, Pedro, el comandante los ha perdonado. Regresarán el vino y las canciones, Vera recorrerá sin apuro el ecuador de una sandía. Cantaremos hasta que se rindan los párpados, veremos a Audrey desayunar en Tiffany's.

Cuando anochezca, el Ejército regresará a su Kremlin. Entonces cantaremos el triunfo de los camaradas. No intentes retenerlos, Pedro, la postal es tan bella: los fusiles al hombro, las espaldas fuertes, alejándose. Una vieja canción, después la nieve. Y un destello de lo que fuimos encendiéndose en la vigilia del mejor de los soldados.

Vera llegó después, mucho después. Después de Voronchin, de la guerra, después del cruce del mar. Vera llegó en Brasil para dejar de llorar a Nicolita, para acompañar a Yeña. En Berisso se enamoró de Pedro, soldado de todas las batallas.

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