Las palabras y los días

Todo está por construir(se). Deberás construir la lengua que habitarás y deberás encontrar los antepasados que te hagan más libre. Deberás edificar la casa donde ya no vivirás sola. Y deberás escribir la nueva educación sentimental mediante la que amarás de nuevo. Y todo esto lo harás contra la hostilidad general, porque quienes despiertan son la pesadilla de quienes aún duermen.
Llamamiento Tiqqun

Macha

Año 2876, mayo 1, 11:03:05. Afuera cae esa llovizna fina y fría del Río de la Plata. La llamo a Sara y le pido que me acompañe mientras programo mi holograma para que nos envuelva cómodamente a los dos. Así son las cosas. Estamos atados a nuestras pantallas, a nuestras máquinas. Ella me vuelve a pedir que abandone la idea de cambiar mi identidad; le explico, una vez más, que ya está​ decidido. Ella sabe que la quiero y que respeto su linaje, que siempre será mi madre, pero el mundo ha cambiado durante la madrugada. Cada segundo cuenta. Nadie sabe qué va a pasar dentro de unas horas, esta noche, mañana. Cambiaré mi nombre. La Agencia de las Identidades recibirá mi pedido en los próximos minutos.

Todas las pantallas hablan de los sucesos de esta madrugada. El Big Bang resultó un enorme fiasco. El holograma me despertó a la 01:34:03 con la novedad. Finalmente, los telescopios transmitieron ese segundo en el que comenzó todo. Pero las imágenes que nos llegan muestran una escena vulgar. Parece que la energía y la materia, los planetas y los polvos estelares, brotaron de la chispa que se desprendió de una fogata lejanísima, encendida por un grupo de homínidos. Nuestros antepasados creando el universo. Una combustión, un choque de partículas, y las espirales saliendo despedidas: galaxias, órbitas, ondas, cromosomas, agujeros negros. En mis pantallas, cientos de voces ensayan explicaciones. Todo lo que sabemos sobre tiempos superpuestos y dimensiones paralelas no alcanza para explicar esta escena ridícula de primates alrededor de un fuego buscando piojos en la cabeza de un compañero. La chispa viene de ahí, de pronto se expande y es este multiverso. Nadie lo previó. Nadie lo insinuó jamás. Quizás Ted Chiang alguna vez, pero nadie lo ha leído.

En el museo y en las casas que rodean el parque, las luces de los hologramas titilan desde muy temprano. Las terminales están recibiendo estas imágenes inesperadas. Un clan primitivo abrió esta puerta, desplegó esta materia. Somos el viaje de nuestros antepasados. No nos gusta lo que vemos, pero eso no empaña la fiesta: hemos logrado ser testigos del acto creador. No tardaremos en descifrarlo, y alguien jugará a ser dios. Por eso debo hacerlo hoy, y quiero que Sara me acompañe. Si voy a vivir el fin del mundo o el inicio del mundo, quiero ser el que soy.

Sara se sienta al lado mío aparentando una serenidad que no le creo; estoy tentado de acariciar su cabello, pero me contengo. Hace tiempo que abandonamos ese juego infantil. Entro al holograma con esa velocidad que sigue asombrándola. En tres segundos estoy listo para grabar las notas que exige la Agencia de las Identidades. Las he preparado con cuidado, debo dar una explicación razonable sobre mi cambio de nombre y linaje. El holograma silencia los demás programas. Sara exagera un suspiro. Su desacuerdo me molesta más de lo que pensaba, pero comienzo a hablar igual.

«Dejo mi nombre Díada, impuesto por mi madre Sara al nacer en homenaje a sus dos madres, Tiara y Miríada, para tomar como nombre Macha, en homenaje a la bandera que se encuentra en custodia en mi casa y que perteneció a los Antiguos. La bandera de Macha recuerda la gesta de un guerrero de nombre Belgrano, quien luego de las derrotas en Vilcapugio y Ayohuma hizo esconder el estandarte para que no cayera en manos realistas».

Sara me mira con esos ojos abiertos y redondos que pone cuando no entiende las palabras. Ella no sabe qué es un estandarte ni conoce a Belgrano, jamás escuchó hablar de los realistas, no diferencia pueblos ni períodos de la Era Antigua. No sabe que Argentina fue una identidad desesperada, para ella es apenas un aire familiar, el nombre de un río o una avenida, ¿cómo puede vivir así?

«Elijo como linaje Lezama. En el museo de este parque los pueblos australes guardaban las reliquias de sus guerreros. La humanidad no contaba entonces con archivos tridimensionales, aquí está lo poco que nos queda de los Antiguos del Sur».

Sara se levanta. Va a servirse su dieta, como cada vez que se enoja conmigo. Mezcla las semillas con el suero agitando el brazo como una desquiciada. Sé que está repasando mentalmente las leyes del autocontrol, una por una. Ya no soy un chico, pronto entraré en la adultez, pero me sigue tratando como si fuera su cachorro. Cambiar su linaje por uno que para ella no tiene ningún sentido la pone furiosa, pero no quiere decírmelo.

«Díada Sara ha dejado de existir, bienvenido Macha Lezama, cariotipo XY, competencias en historia antigua y programación nivel inicial, demás registros a la vista», dice el holograma antes de fundir a negro la interfase con la Agencia de las Identidades. ¿Nivel inicial? Nadie conoce a los Antiguos del Sur como yo. Los algoritmos calculan ese nivel por mi edad. Sé que apenas tengo 33 años y que, si este mundo logra sobrevivir, me espera una década de aprendizajes. Pero a quién le preocupan los algoritmos ahora.

Sara

Macha, querido, si ahora tengo que nombrarte así, así lo haré. Tengo algo importante que decirte. La Agencia de las Ruinas se ha contactado conmigo; en realidad, con todas las comunidades del museo. Nos han propuesto abandonar el museo y el parque para convertirlos en reserva, ellos se harían cargo de todo. Con esto del Big Bang hay un interés enorme por los Antiguos, es lógico ¿no? Tantas especulaciones, para encontrar finalmente a esos seres primitivos detrás del punto alfa. Qué raro resultó todo. Pero supongo que no hay de qué preocuparse, ¿o sí?

Hay algo más: a nosotros nos ofrecen quedarnos como colaboradores de la Agencia. Ellos están al tanto de tus conocimientos, han leído tus notas, han visitado tus teorías. Quieren que te quedes y me suman a mí para acompañarte. Te pagarán mucho más de lo que has recibido hasta ahora por tus artículos para la red. A los demás los trasladarán a las islas. El Delta se ha puesto precioso con sus aguas danzantes y sus mercados acuáticos.

¿Viste las pantallas? Están llamando a todos los expertos en historia y religiones primitivas. Yo sabía que te iban a contactar. La Agencia necesita colaboradores como vos. Hemos dejado atrás religiones y profetas, fronteras y gobernantes; sabemos controlarnos y manejar comportamientos negativos. La humanidad disfruta una era de armonía, pero han aparecido estos seres horribles y necesitamos que nos orienten. Nunca entendí tu afición por los Antiguos, ahora la agradezco tanto.

Macha, no hay mucho que decidir, lo que nos proponen es la mejor opción. Vas a seguir haciendo lo que más te gusta. Tu conocimiento es ahora tan necesario. Las respuestas están aquí, en tu cabeza. Serás alguien muy famoso, estoy segura. Estoy tan orgullosa de ser tu madre.

Macha

Sara otra vez. No entiende nada, no se da cuenta de nada. La Agencia de las Ruinas jamás demostró interés por la región Sur. Si la agencia existe es por nosotros. Los que deambulamos por las ruinas ya nos conocemos, solemos encontrarnos en nuestras recorridas. La Agencia nos abre las pantallas desganadamente. Cuando programamos nuestros hologramas para vivenciar un viaje, sabemos que alguno estará dando vueltas por los mismos lugares. Cruzamos notas, descubrimientos.

Las reservas paleolíticas que la Agencia custodia son muy pocas: Altamira, Stonehenge, Cueva de las Manos. Los que las visitamos conocemos muchas más, hemos mapeado miles de sitios. John, el australiano, busca cuevas y campamentos de homínidos desde muy joven. Gracias a él, hemos localizado infinidad de lugares, pero la Agencia nunca los reconoció. Las imágenes que devuelve el telescopio no provienen de ninguna de las reservas. En nuestros archivos tampoco encuentro esa llanura, esas elevaciones iluminadas por un atardecer ancestral. Con John estamos intentando dar con las coordenadas. Pero quién puede asegurar que se crucen en este mundo, en esta línea de tiempo.

El viejo John está por cumplir 170 años, su vida se está apagando. Soy su único discípulo, todos huyen de su pesimismo. La Agencia del Autocontrol cataloga el interés por lo antiguo como ‘comportamiento inusual’. Nos han invitado de todas las maneras posibles a elegir otras colaboraciones al Plan Civilizador. Cuando llegan esas invitaciones, compartimos los insultos que no proferimos. Hace un tiempo, la Agencia dispuso mi traslado a las fronteras de la ciudad «para que realice una experiencia primitiva con los que aún no se han sumado al Plan, así desiste usted de estos estudios inconducentes». El australiano hace tiempo que vive en los basurales de Melbourne por indicación de la Agencia del Autocontrol. Nunca le conté a Sara estas cosas, ni ella me las pregunta. Supongo que las sabe, las grito en mis pesadillas.

Las agencias de noticias necesitan una explicación razonable. La vulgaridad de la escena de la creación las atormenta. Por eso la Agencia de las Ruinas nos busca. Sara me lo comunica como un gran acontecimiento, pero algo no está bien. Esperemos que lleguen y vemos, es la respuesta que le doy para ganar tiempo. Esperemos que lleguen, me responde, mientras va y viene por la casa con esa ansiedad que conozco de memoria.

Vida

Vida vino a hablar del Big Bang y se encontró con mi cambio de nombre. Ella también vive en el museo, lo recorre conmigo desde nuestros primeros juegos. Es la única que se interesa por mis historias, al menos eso aparenta. Nuestras charlas siempre terminan con una intensa actividad sexual. Muy pronto se olvidará de mí, no soy lo que se dice un joven atractivo. «Macha, Macha, Macha», susurra Vida en mi oído. «Macha», dice Vida, suena tan bien. Le cuento lo que nos proponen. Me quedo con ustedes, me dice. Jamás ha desconfiado del mundo. El mundo, hasta ahora, no le dio razones.

Sara celebra que Vida esté de su lado, supongo que le gustaría tener un hijo igual de predecible. Vida la sigue en sus idas y vueltas por la casa, quiere saber detalles. Aprovecho la conversación de las mujeres para volver al holograma. John me está enviando sus hipótesis. Él cree, como yo, que el mundo se crea a sí mismo en momentos que parecen triviales pero que obedecen a un patrón desconocido. John corrige sus ideas, les agrega detalles, me las vuelve a mandar. Me pide que me concentre en la rueda de homínidos, allí está el secreto.

Miro otra vez la escena del Big Bang. Son ocho criaturas alrededor de las llamas. Cuatro buscan distraídamente piojos en alguna cabeza cercana. Cuando los encuentran, los aplastan entre los dedos. Estos insectos fueron exterminados hace cientos de años, la escena resulta repugnante. Los otros cuatro miran atentamente el fuego. Es evidente que no hace mucho que lo dominan. Hay un espécimen que además mueve sus labios. Por la contextura, juraría que es un cariotipo XX. Aumento píxeles, subo decibeles, me acerco. Sus labios se mueven. La lengua se detiene en el paladar, se suelta, aparece bajo los dientes. Brota un sonido. Vuelve al paladar, vuelve a bajar. Otro sonido. Una hembra pequeña deja de mirar el fuego y gira su cabeza en dirección al primer verbo de la historia de la humanidad. La chispa se desprende en ese momento y se cruza en el camino de la Palabra.

Cierro todas las pantallas. Trato de comprender lo que acabo de presenciar. Miro la casa, los sables en las paredes, los cuadros ajados, las pruebas toscas y descoloridas de lo que alguna vez fuimos. Regreso a la pantalla central, busco a John. El origen del mundo es decir el mundo. El origen del mundo es decir el mundo. El origen del mundo es decir el mundo. Él ya lo sabe. «Vendrán a buscarte, querrán saber cómo hacerlo, es lo único que les falta para convertirse en dioses. Pero te vas a adelantar. Lo harás antes que ellos». Su voz es casi inaudible, su vida se está apagando irremediablemente.

El australiano me pide que encienda un fuego en las terminales de energía de mi holograma. Un segundo después, la señal se interrumpe. No pierdo el tiempo en comprobar lo evidente. Quedo a cargo de la ceremonia. Si los colaboradores de la agencia llegan antes, el mundo será creado a imagen y semejanza del Plan Civilizador. Todo volverá a construirse. El mundo y sus reglas. La lengua con la que hablamos. La forma en que amamos. El viaje llevará la marca de la Edad Avanzada. Desde el primero hasta el último de sus cromosomas. Tengo que decir el mundo antes que ellos. La vida, estoy seguro, no es esta asfixia.

Enciendo las llamas de las terminales, pero para que el fuego chispee, necesito alimentarlo a la manera de los Antiguos. Busco con la vista, en este mundo incombustible no encuentro una maldita cosa que se prenda fuego. Voy por la hojarasca del parque. Sara y Vida detienen su charla para acompañar mi desesperación.

Sara

Sé que no me estás diciendo todo, querido. Cuántas veces me pregunté si no padecías algún tipo de locura. He tratado por años de aliviar tus asfixias, me ocupé cada noche de refutar tus delirios. Hoy desperté en tu infierno.

Vida, Vida. Macha nos está pidiendo algo que se pueda quemar. El fuego se está apagando y Macha no sabe cómo seguir. Las hojas del parque no sirven, la lluvia las ha empapado. Vamos por la bandera de la vitrina. Macha necesita ese paño reseco, los guerreros que allí dormitan.

Rompo la vitrina, mis manos se tiñen de la sangre que jamás he visto. Corro hacia Macha mientras busco las palabras que nunca me enseñaron, no sé cómo se dice que nadie nos ha cuidado, que el mundo es un lugar inhóspito. Le entrego la bandera. Cuando la deposita sobre las llamas, el fuego toma fuerza. El espectáculo nos hipnotiza a los tres. Somos una rueda de homínidos, reunida por primera vez.

Macha

Los veo llegar. Los colaboradores, con sus uniformes blancos, se dirigen decididamente hacia aquí. El fuego amenaza con apagarse, las hojas del parque que me acerca Sara están demasiado húmedas. Recuerdo entonces la llovizna de esta mañana. Soplo como soplaban los Antiguos, como soplan los desesperados. Sara corre hacia la sala y regresa con la bandera. He deseado tocarla toda mi vida. Ahora está en mis manos, resquebrajándose, convirtiéndose en polvo. Alimento el fuego con sus jirones, las llamas resurgen entre sus pliegues.

Dos hombres y una mujer llaman a través de los cristales, pero el fuego nos hipnotiza y los ruidos se desvanecen. Sara, Vida y yo. Una tribu nueva y efímera. Ya he ingerido la dieta que ayuda a morir sin desórdenes molestos. En unos minutos, comenzarán los efectos. Los colaboradores traspasan la entrada del museo sin dificultad, han accedido a nuestras claves. Mientras un ejército silencioso se distribuye por el parque, la mujer se adelanta, sonriente.

Me queda solo este instante. Sara camina en dirección a la mujer. Cuando creo que va a entregar nuestras vidas, la distrae con saludos y cortesías. Los hombres la empujan con violencia y corren hacia mí. Mi cabeza se llena de chirridos insoportables. Vienen a detenerme. Entonces, el fuego comienza a crepitar. Las chispas vuelan y Vida ríe. Susurro la Palabra. Vida la escucha. Una chispa se cruza. Si mis cálculos no fallan, he lanzado mi serpentina hacia su viaje helicoidal. Abro mis ojos a un cielo de fuego. Agradezco todo lo descubierto, todo lo creado. Alcanzo a quemarme en este magma recién inventado antes del derrumbe de mis párpados. Mis ojos funden a negro la interfase con este mundo mientras creo escuchar los gritos de Sara. Levanto mi mano para acariciarle el cabello, pero la oscuridad me vence, nos vence.

El origen del mundo es decir el mundo.
La Historia de tu Vida. Ted Chiang.

En el parque Lezama de la ciudad de Buenos Aires, sobre las antiguas barrancas del río, está emplazado el Museo Nacional de Historia. Entre sus reliquias, se destaca la bandera de Ayohuma, una de las banderas conocidas como banderas de Macha, porque permanecieron enrrolladas detrás de unos cuadros en una capilla de Macha (actual Bolivia) hasta 1885. Luego de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma en 1813, el ejército realista no pudo hacerse del estandarte de los vencidos porque el Ejército del Norte escondió su bandera en la capilla de Titiri, un pueblo cercano. Esa bandera fue recuperada junto con otra, de batallas desconocidas, 72 años después. El protagonista de esta historia vive en el museo y conoce el extraño periplo de la bandera que todos han olvidado. La historia completa en https://museohistoriconacional.cultura.gob.ar/noticia/las-banderas-de-macha/

Dejá tu comentario

Libros de la travesía Mapa de la travesía