Frente al discurso de la baja de edad de imputabilidad,
salimos con toda claridad a oponernos a pensamientos
simplistas que depositan la culpa en los pibes.

Los chicos se salvan por los afectos, no por las instituciones.
Todos los chicos son Brian.

Cuando pedí acoger a Brian en mi casa, el hecho fue impactante por tres motivos: porque proponía una acción, no un discurso. Porque esa acción superaba el debate a dos puntas: garantizaba derechos al mismo tiempo que colaboraba con la seguridad de terceros. Los pibes están pidiendo límites, la sociedad también. Pero los límites sólo pueden provenir del afecto nacido de un vínculo, y este es el tema que nunca se aborda. 

Todos nuestros pibes se llaman Brian. Pedir por su libertad es recordar y recordarnos que no habrá seguridad si no hay justicia social, y que esta justicia, en nuestra doctrina, privilegia a los pibes.

El problema es cuánto estamos dispuestos a comprometernos con estos adolescentes. ¿Vamos a seguir pidiéndole al Estado que intervenga por nosotros, casi suplantándonos?






Hacernos cargo de la pobreza que genera un modelo individualista y de las familias que la padecen es una decisión que comprometerá nuestras vidas, nuestro ámbito privado y nuestro tiempo libre, pero no hay otro remedio. No hay soluciones mágicas provenientes de reglas jurídicas o programas públicos. Todo esto colaborará, pero los chicos que violan todas las reglas están pidiendo a los gritos vínculos que los salven del olvido. Frente a la violencia que expresan, pido perdón por la cursilería, pero el amor es la respuesta. Los chicos se salvan por los afectos, no por las instituciones. 

 

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