“Pensar
el papel del Estado en sociedades cambiantes obliga a un debate
que retome temas y los introduzca como parte de la reforma del aparato
estatal. Por un lado, está la necesidad de una mayor
intervención estatal en el modelo de desarrollo
tanto en funciones ejecutivas como reguladoras, lo que requiere
una mayor capacidad informativa y de acumulación de conocimiento.
Guste o no guste, frente a cuestiones como el medio ambiente y preservación
de recursos naturales, la energía, la innovación en
ciencia y tecnología, la integración en bloques supranacionales
que puedan enfrentar la globalización, por citar sólo
algunos, el papel del Estado deberá ser reforzado.
Por otro lado, la eliminación de la pobreza y, sobre todo,
la superación de las desigualdades, con lo que ello implica
de expansión de políticas públicas transversales
y de reforma impositiva, obliga a una reestructuración del
Estado. Nada de ello puede ser posible, sin embargo, si
no se toma en serio la cuestión de la relación entre
Estado y sociedad que requiere, a la vez, hacer a éste
impermeable a las presiones de los grupos de poder, económicos,
comunicacionales, corporativos, que intentan identificar al Estado
con sus propios intereses y, por otro lado, incorporar a la elaboración
de políticas publicas la participación ciudadana
tanto en funciones deliberativas, fiscalizadoras y, en ciertos casos,
decisorias.
Es cierto que hay iniciativas importantes y respetables en casi
todos estos aspectos, pero se ven desprendidas unas de otras. La
concepción de radicalidad, integralidad y transversalidad
de una reforma del Estado es aún muy incipiente
y presa de una visión tecnocrática, en la que el debate
sobre el proyecto de sociedad está ausente.”
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